3/6/15

Me pregunto por el éxito

A propósito de una palabra con éxito actualmente




Desde la experiencia de promover el desarrollo personal de hombres y mujeres de nuestra época y de nuestro contexto, constantemente encuentro la situación de sufrimiento que  experimentan las personas al margen de las interpretaciones que podemos hacer sobre la realidad objetiva que produce dicho sufrir; en este sentido es fundamental el respeto comprometido para no juzgar desde nuestra propia historia o experiencia aquello que  se nos presenta como causa, pero en este caso tan cotidiano como en el caso de personas que buscan sinceramente mejorar con amor y desde la paciencia consigo mismas, debemos plantearnos  una realidad muy subjetiva; una palabra inevitable, de moda, constante en el mundo laboral, empresarial y sobre todo profesional, financiero y ejecutivo, una palabra que pesa como una losa sobre las conciencias, una palabra con la que nos educaron y condicionaron, y como contenido de esa palabra, una realidad que  a veces no hemos enfrentado para no tener que mirar lo que no queremos ver, se trata  sin dudar a dudas del éxito. Y es que el éxito es una palabra que se usa como un evaluador contundente y despiadado de la propia existencia, por eso recojo algunas reflexiones que me he hecho sobre está compleja realidad.

Hay quienes piensan que en este mundo solo hay dos tragedias. La una es no conseguir lo que se desea y la otra es conseguirlo. La segunda es la peor de las dos. ¡Esta última es la verdadera tragedia!». Así se expresa Dumby, personaje de “El abanico de Lady Windermare”, de Oscar Wilde. ¿Se trata de un error? ¿Será una hipérbole que encierra una verdad difícil de entender en nuestra sociedad claramente orientada al éxito?

El Profesor Pallares de Bilbao reflexiona sobre la capacidad o falta de ella para reconocer el éxito y reconocerse en él. No solo cuesta reconocer y aceptar un fracaso, sino que tampoco es fácil aceptarse a sí mismo tras él. Hay personas que se hunden psicológicamente cuando no ven colmados sus deseos. El fracaso no resulta positivo, aunque se puede redimir si se afronta como un reto a superar. Es sugerente pensar que la otra cara del éxito es el fracaso, experiencia dolorosa donde las hay, pero que todas las teorías psicológicas tratan de convencernos de su verdadera importancia y de su genuino rol en el desarrollo personal.

Constitutivamente parece fácil de comprender los alcances positivos que tiene el éxito, favorece el bienestar y la salud mental. La meta alcanzada constituye un potente refuerzo para avanzar. Por eso, se recomienda escalonar el aprendizaje, y en general cualquier tarea compleja, de modo que el que aprende o actúa experimente con mayor probabilidad éxitos parciales, que sirvan de resorte para alcanzar el objetivo final. El éxito, pues, en sí mismo considerado, no constituye ninguna tragedia; todo lo contrario, resulta estimulante y saludable. El éxito parece ser el motor que impulsa hacia nuevas metas y contribuye de forma directa y motivadora a la superación y crecimiento personal.
Sin embargo, en la realidad del mundo que nos toca vivir hay toda una parafernalia y submundo que se asocia al éxito inevitablemente, l éxito de una persona genera en el entorno una multiplicidad de reacciones que propician un nuevo y efímero mecanismo que sule ser muy sutil y escondido para quien es el beneficiario del éxito. Por tanto, ¿qué peligro existe en el éxito, en conseguir lo que uno desea? A primera vista ninguno. Pero si reflexionamos y, sobre todo, si observamos con atención lo que a veces ocurre en la realidad, comprenderemos que el éxito puede tener también un lado oscuro. Consideremos el éxito en el sentido cotidiano de las noticias, los negocios, el mundo del espectáculo que se ha logrado limpiamente, ya que como sabemos existen muchos intereses económicos en generar modelos exitosos totalmente falsos pero que funcionan en el medio social.
La principal reflexión que cualquiera podemos hacer es la de la dependencia, existe el riesgo importante de que uno termine por hacerse ‘adicto’ al éxito y, en consecuencia, lo tome como la única norma de su vida: el éxito por encima de todo y de todos. Esto supone, además de la incapacidad para reaccionar ante un eventual fracaso, considerar imprescindible para aceptarse a sí mismo algo cuya consecución está fuera del propio control. Fundamentar la autoaceptación en el éxito conseguido es construir la autoestima –la valoración que uno hace de sí mismo– sobre arenas movedizas. El éxito puede, incluso, conducir a instalarse cómodamente en él y a renunciar a todo progreso y avance personal.
Otra consecuencia peligrosa que puede introducirse es llevar nuestra vida al terreno más ajeno a la característica más propia del ser humano,
su ser falible, su debilidad, su necesidad de los otros como realidad ontológica. El éxito lleva con facilidad a que también los demás le acepten a uno de forma condicional; solo por los éxitos conseguidos y mientras dure la condición de ganador. Es más, el éxito suscita con facilidad una reacción de envidia en otras personas, que se puede prolongar en acciones orientadas a socavar el suelo sobre el que se asienta el podio del vencedor. Albert Camus que supo bastante de esta realidad afirma que el éxito y la felicidad solo son perdonados si generosamente se acepta compartirlos con los demás.
No siempre es fácil reaccionar al éxito adecuadamente. Gestionar bien la victoria política, deportiva, social, etc., puede resultar más difícil que aceptar la derrota. El éxito que, bien tomado, es un estimulante eficaz, buscado y alcanzado sin incluir el esfuerzo personal y al margen de un interés social, se puede transformar en un potente narcótico que adormece, anestesia y termina por aniquilar al mismo ganador. Por eso, alcanzar la victoria ha de constituir el nuevo reto –que tal vez exigirá un esfuerzo superior al ya realizado– de tomar el éxito con sencillez y no como un pedestal para mirar a los demás desde la superioridad y la distancia. Por supuesto, ningún reparo se puede poner al éxito conseguido en el crecimiento y madurez personal y, concretamente, en reaccionar de forma adecuada a los éxitos.


Me encantaría profundizar en la percepción que la sociedad tiene de lo contrario a la actitud ante las personas exitosas, es decir, a la aceptación incondicional, esa realidad de la que muy poco se habla en lo cotidiano de la vida; qué dura puede ser la vida si no logramos en nuestro entorno personas que sabemos que nos aceptan sin evaluar nuestras calificaciones en el ranking de la vida. Mi experiencia es que el amor incondicional es un gran desconocido que vive cotidianamente entre nosotros gracias a personas que justamente han relativizado y en muchos casos superado la dicotomía éxito fracaso. No se trata, pues, de huir del éxito ni de una búsqueda masoquista del fracaso, sino de conseguir aceptarnos incondicionalmente, sin que el fracaso o el éxito constituyan una traba. Evidentemente se dan casos y más que frecuentes en que hemos constituido una vida en base a creencias que nos dinamitan los logros constantemente, que sabemos demasiado bien boicotearnos para no salir de nuestra zona de confort y experimentar todo nuestro ser, la educación actualmente no está orientada a este fin y nos arrojan al campo de la más cruenta competición desde nuestra más temprana edad.

Aunque muchas veces lo olvidemos estamos ante una realidad con dos caras, ying y yang  luz y sombra, al parecer todos buscamos la luz para ver y eso es bueno para nosotros, pero no hemos descubierto que la oscuridad es lo que permite descubrir la luz, cuantas veces en nuestra vida  voy a repetir que si no hubiera pasado por las sombras o por la oscuridad, no comprendería el privilegio y la maravilla que es la luz. Éxito y fracaso son dos conceptos relativos, sería necesario que no nos dejemos imponer los estándares externos que seguro que son necesario, pero que cada uno sea capaz en su propia existencia y en su proyecto vital de definir, por en el fondo, lo que verdaderamente importa es el vivir, el vivir conscientemente.. Hay una frase de Rudyard Kipling «Al éxito y al fracaso, esos dos impostores, trátalos siempre con la misma indiferencia». Impostores, sí; porque el fracaso y el éxito nunca son tan grandes ni definitivos como quieren que supongamos. Cierta distancia hacia ambos ayudará, sin duda, a relativizar el fracaso –y evitar así que sea un estigma o una preferencia–, y mostrará al que “parece” que triunfa la fugacidad e inconsistencia de la victoria y del éxito, 

Hemos de apuntar como sociedad a incluir en el éxito contenidos ecológicos y solidarios que permitan una función humanizadora del mundo, el éxito como individualismo traiciona lo mejor de nosotros nuestra esencia cósmica.
Agradezco al profesor de Deusto, doctor en psicología E. Pallares por haber brindado  sus reflexiones sobre el aceptarse en el éxito y citar una frase de Winston Churchill que  me aplico a mi propia vida “el éxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin desesperarse”. Y el gran consuelo que me brindo un hombre de Dios cuando esperaba ansioso los resultados de mi examen de ingreso a la Universidad, si  has dado todo lo mejor de ti, eso es lo que debe hacerte sentir plenamente contento contigo mismo. Y yo añadiría también un aprendizaje vital, para Dios lo importante es el amor que pongas en lo que haces. Hay mucho que se puede decir,  continuemos reflexionando.

 

 


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