A propósito de una palabra con éxito actualmente
Desde la experiencia de promover
el desarrollo personal de hombres y mujeres de nuestra época y de nuestro
contexto, constantemente encuentro la situación de sufrimiento que experimentan las personas al margen de las
interpretaciones que podemos hacer sobre la realidad objetiva que produce dicho
sufrir; en este sentido es fundamental el respeto comprometido para no juzgar
desde nuestra propia historia o experiencia aquello que se nos presenta como causa, pero en este caso
tan cotidiano como en el caso de personas que buscan sinceramente mejorar con
amor y desde la paciencia consigo mismas, debemos plantearnos una realidad muy subjetiva; una palabra
inevitable, de moda, constante en el mundo laboral, empresarial y sobre todo
profesional, financiero y ejecutivo, una
palabra que pesa como una losa sobre las conciencias, una palabra con la
que nos educaron y condicionaron, y como contenido de esa palabra, una realidad
que a veces no hemos enfrentado para no tener
que mirar lo que no queremos ver, se trata
sin dudar a dudas del éxito. Y es que el éxito es una palabra que se usa
como un evaluador contundente y despiadado de la propia existencia, por eso
recojo algunas reflexiones que me he hecho sobre está compleja realidad.
Hay quienes piensan que en este mundo solo hay dos
tragedias. La una es no conseguir lo que se desea y la otra es conseguirlo. La
segunda es la peor de las dos. ¡Esta última es la verdadera tragedia!». Así se
expresa Dumby, personaje de “El abanico de Lady Windermare”, de Oscar Wilde.
¿Se trata de un error? ¿Será una hipérbole que encierra una verdad difícil de
entender en nuestra sociedad claramente orientada al éxito?
El Profesor Pallares de Bilbao
reflexiona sobre la capacidad o falta de ella para reconocer el éxito y
reconocerse en él. No solo cuesta reconocer y aceptar un fracaso, sino que
tampoco es fácil aceptarse a sí mismo tras él. Hay personas que se hunden
psicológicamente cuando no ven colmados sus deseos. El fracaso no resulta
positivo, aunque se puede redimir si se afronta como un reto a superar. Es
sugerente pensar que la otra cara del éxito es el fracaso, experiencia dolorosa
donde las hay, pero que todas las teorías psicológicas tratan de convencernos
de su verdadera importancia y de su genuino rol en el desarrollo personal.
Constitutivamente parece fácil de
comprender los alcances positivos que tiene el éxito, favorece el bienestar y
la salud mental. La meta alcanzada constituye un potente refuerzo para avanzar.
Por eso, se recomienda escalonar el aprendizaje, y en general cualquier tarea
compleja, de modo que el que aprende o actúa experimente con mayor probabilidad
éxitos parciales, que sirvan de resorte para alcanzar el objetivo final. El
éxito, pues, en sí mismo considerado, no constituye ninguna tragedia; todo lo
contrario, resulta estimulante y saludable. El éxito parece ser el motor que
impulsa hacia nuevas metas y contribuye de forma directa y motivadora a la
superación y crecimiento personal.
Sin embargo, en la realidad del
mundo que nos toca vivir hay toda una parafernalia y submundo que se asocia al
éxito inevitablemente, l éxito de una persona genera en el entorno una multiplicidad
de reacciones que propician un nuevo y efímero mecanismo que sule ser muy sutil
y escondido para quien es el beneficiario del éxito. Por tanto, ¿qué peligro
existe en el éxito, en conseguir lo que uno desea? A primera vista ninguno.
Pero si reflexionamos y, sobre todo, si observamos con atención lo que a veces
ocurre en la realidad, comprenderemos que el éxito puede tener también un lado
oscuro. Consideremos el éxito en el sentido cotidiano de las noticias, los
negocios, el mundo del espectáculo que se ha logrado limpiamente, ya que como
sabemos existen muchos intereses económicos en generar modelos exitosos totalmente
falsos pero que funcionan en el medio social.
La principal reflexión que
cualquiera podemos hacer es la de la dependencia, existe el riesgo importante
de que uno termine por hacerse ‘adicto’ al éxito y, en consecuencia, lo tome
como la única norma de su vida: el éxito por encima de todo y de todos. Esto
supone, además de la incapacidad para reaccionar ante un eventual fracaso,
considerar imprescindible para aceptarse a sí mismo algo cuya consecución está
fuera del propio control. Fundamentar la autoaceptación en el éxito conseguido
es construir la autoestima –la valoración que uno hace de sí mismo– sobre
arenas movedizas. El éxito puede, incluso, conducir a instalarse cómodamente en
él y a renunciar a todo progreso y avance personal.
Otra consecuencia peligrosa que
puede introducirse es llevar nuestra vida al terreno más ajeno a la
característica más propia del ser humano,
su ser falible, su debilidad, su
necesidad de los otros como realidad ontológica. El éxito lleva con facilidad a
que también los demás le acepten a uno de forma condicional; solo por los
éxitos conseguidos y mientras dure la condición de ganador. Es más, el éxito
suscita con facilidad una reacción de envidia en otras personas, que se puede
prolongar en acciones orientadas a socavar el suelo sobre el que se asienta el
podio del vencedor. Albert Camus que supo bastante de esta realidad afirma que el
éxito y la felicidad solo son perdonados si generosamente se acepta
compartirlos con los demás.
No siempre es fácil reaccionar al
éxito adecuadamente. Gestionar bien la victoria política, deportiva, social,
etc., puede resultar más difícil que aceptar la derrota. El éxito que, bien
tomado, es un estimulante eficaz, buscado y alcanzado sin incluir el esfuerzo
personal y al margen de un interés social, se puede transformar en un potente
narcótico que adormece, anestesia y termina por aniquilar al mismo ganador. Por
eso, alcanzar la victoria ha de constituir el nuevo reto –que tal vez exigirá
un esfuerzo superior al ya realizado– de tomar el éxito con sencillez y no como
un pedestal para mirar a los demás desde la superioridad y la distancia. Por
supuesto, ningún reparo se puede poner al éxito conseguido en el crecimiento y
madurez personal y, concretamente, en reaccionar de forma adecuada a los
éxitos.
Me encantaría profundizar en la
percepción que la sociedad tiene de lo contrario a la actitud ante las personas
exitosas, es decir, a la aceptación incondicional, esa realidad de la que muy
poco se habla en lo cotidiano de la vida; qué dura puede ser la vida si no
logramos en nuestro entorno personas que sabemos que nos aceptan sin evaluar
nuestras calificaciones en el ranking de la vida. Mi experiencia es que el amor
incondicional es un gran desconocido que vive cotidianamente entre nosotros
gracias a personas que justamente han relativizado y en muchos casos superado la
dicotomía éxito fracaso. No se trata, pues, de huir del éxito ni de una
búsqueda masoquista del fracaso, sino de conseguir aceptarnos
incondicionalmente, sin que el fracaso o el éxito constituyan una traba. Evidentemente
se dan casos y más que frecuentes en que hemos constituido una vida en base a
creencias que nos dinamitan los logros constantemente, que sabemos demasiado
bien boicotearnos para no salir de nuestra zona de confort y experimentar todo
nuestro ser, la educación actualmente no está orientada a este fin y nos
arrojan al campo de la más cruenta competición desde nuestra más temprana edad.
Aunque muchas veces lo olvidemos
estamos ante una realidad con dos caras, ying y yang luz y sombra, al parecer todos buscamos la
luz para ver y eso es bueno para nosotros, pero no hemos descubierto que la oscuridad
es lo que permite descubrir la luz, cuantas veces en nuestra vida voy a repetir que si no hubiera pasado por
las sombras o por la oscuridad, no comprendería el privilegio y la maravilla
que es la luz. Éxito y fracaso son dos conceptos relativos, sería necesario que
no nos dejemos imponer los estándares externos que seguro que son necesario,
pero que cada uno sea capaz en su propia existencia y en su proyecto vital de
definir, por en el fondo, lo que verdaderamente importa es el vivir, el vivir
conscientemente.. Hay una frase de Rudyard Kipling «Al éxito y al fracaso, esos
dos impostores, trátalos siempre con la misma indiferencia». Impostores, sí;
porque el fracaso y el éxito nunca son tan grandes ni definitivos como quieren que
supongamos. Cierta distancia hacia ambos ayudará, sin duda, a relativizar el
fracaso –y evitar así que sea un estigma o una preferencia–, y mostrará al que “parece”
que triunfa la fugacidad e inconsistencia de la victoria y del éxito,
Hemos de apuntar como sociedad a
incluir en el éxito contenidos ecológicos y solidarios que permitan una función
humanizadora del mundo, el éxito como individualismo traiciona lo mejor de
nosotros nuestra esencia cósmica.
Agradezco al profesor de Deusto, doctor
en psicología E. Pallares por haber brindado
sus reflexiones sobre el aceptarse en el éxito y citar una frase de
Winston Churchill que me aplico a mi
propia vida “el éxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin desesperarse”. Y
el gran consuelo que me brindo un hombre de Dios cuando esperaba ansioso los
resultados de mi examen de ingreso a la Universidad, si has dado todo lo mejor de ti,
eso es lo que debe hacerte sentir plenamente contento contigo mismo. Y yo
añadiría también un aprendizaje vital, para Dios lo importante es el amor que
pongas en lo que haces. Hay mucho que se puede decir, continuemos reflexionando.
hola exito
ResponderEliminar