11/7/09






Una buena pregunta que nos podemos hacer para empezar es ¿qué es exactamente un dolor? Nuestro cuerpo está surcado por cientos de miles de terminaciones nerviosas que envían información al cerebro sobre distintos aspectos, como temperatura, presión, olor... y dolor. Cuando nuestro sistema nervioso detecta un dolor en la superficie del cuerpo inmediatamente lo codifica como peligroso y pone en marcha estrategias para escapar o evitar el peligro. Así ocurre cuando nos estamos quemando o pinchando.

¿Pero qué ocurre cuando es un dolor interno? En el interior de nuestro cuerpo, en los órganos internos, existen también sistemas de detección del dolor que nos avisan cuando algo no funciona bien. Algunos órganos internos, sin embargo, no tienen terminaciones nerviosas del dolor y, por lo tanto, esos órganos nunca nos duelen (como, por ejemplo, el corazón). Pero para que sintamos algo como doloroso es imprescindible que nuestro cerebro codifique esos estímulos como "dolor". De ahí viene la subjetividad del dolor: unas personas codificarán una molestia como terriblemente dolorosa y otras como ligeramente desagradable, dependiendo del sentido y de la interpretación que le den. Por lo tanto, el dolor, como cualquier otra sensación humana, es algo completamente relativo.

El proceso lo podemos resumir así: hay un estímulo (interno o externo) que tiene la suficiente potencia como para llegar a la conciencia. Este estímulo produce un pensamiento (Visual, Auditivo o Táctil) con unas características que para esa persona tienen un significado de "dolor" y que la meten en un estado interior asociado a una "Sensación de dolor".

El dolor generalmente tiene unas connotaciones "espaciales" para la mayor parte de las personas: el dolor se localiza en un área determinada del cuerpo y tiene unas características determinadas, diferentes para cada uno de nosotros. Si cambiamos esas características también cambiará la sensación de dolor.

Pongamos un ejemplo:

Maria, 38 años, dos hijos de 9 y 5 años, se queja de un dolor "en las tripas, es algo redondo que sube hacia arriba, oscuro, en movimiento, como en zig-zag". A María le han hecho todo tipo de pruebas médicas sin resultados y ningún tipo de calmante o tranquilizante ha podido modificar su sensación. María lleva cinco años así. Lo primero que hacemos es asegurarnos de que eliminar ese dolor no le creará más problemas a María. Después de preguntarle las características de su pensamiento comenzamos a cambiarlas y vemos qué ocurre en María. Al cambiar la forma o el color, no pasa nada, Maria no nota ninguna diferencia. Pero cuando le pedimos que ponga el movimiento en zig-zag mucho más lento, María expresa su extrañeza porque también cambia su sensación inmediatamente. Al pedirle que "pare el movimiento" la sensación de dolor disminuye mucho más y desaparece por completo cuando le pedimos que "la saque fuera, a un metro de su cuerpo por encima de la horizontal de sus ojos". También podríamos haberle pedido que "destrozara esa cosa", pero con María no hizo falta. Por último automatizamos el proceso, repitiéndolo tres o cuatro veces (siempre en la misma dirección, no de ida y vuelta).

Es decir, se trata de buscar exactamente cuáles son las características a través de las cuales la persona codifica la sensación de dolor y cambiarlas, simplemente cambiarlas. A veces hay que cambiar también la estructura de algunos mensajes internos que la persona se dice sobre el propio dolor "no voy a soportarlo, me va a doler...". El dolor desaparece como por arte de magia. Si lo hacemos bien, ese dolor nunca más volverá, ya que habremos abierto nuevas rutas neurológicas libres de dolor. Es importante asegurarse de que la persona ha recibido ya los cuidados médicos oportunos.

Los fakires cambian su percepción del dolor a través del pensamiento. Muchas personas aumentan su sensación de dolor a través del pensamiento.

¿Tú qué eliges?

Ricardo Ros
Psicología Que Funciona

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