13/1/09

EN MEMORIA DE PABLO VAZQUEZ


Hubo una vez, en una ciudad latinoamericana, un maravilloso flautista de Hamelín, su melodía era la espiritualidad, y las miles de personas que le siguieron fueron jóvenes y adolescentes.
No fue tan expectacular, tal vez ni siquiera fue noticia en los medio, pero sucedió y transformó las vidas de todos los que estuvimos ahí. Fueron cuatro o cinco años, muy intensos, no sólo de ilusión esperanzas, cantos y encuentros; sino fue acción, lucha, esfuerzo y solidaridad en medio de un país que iba incunando la violencia demente que se reproducía en una sociedad tremendamente injusta con la mayor parte de la población. A partir de esta cósmica llamada intentaron cambiar el mundo, con la palabra, con la fuerza de una fe y una espiritualidad transformadora y liberadora. Ciertamente desbordaron las estructuras eclesiales y religiosas, tomaron decisiones y lo fundamental, se comprometieron.
Todo empezó con esta melodía de este maravilloso flauitista, que queria y sabía que tenía que tocar y tocar esa música que hoy está con nosotros, los que tuvimos el privilegio de dejarnos encantar, la melodía no se ha acabado, es tiempo de escucharla y actualizarla

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